martes, 27 de julio de 2010

ALIMÉNTATE CON EL PAN DE VIDA


Mis queridos amigos y hermanos en el Señor:
Como en este mes de junio celebramos la Fiesta  del Corpus Christi, hoy vamos a tratar con santa  alegría, sobre el regalo que nos dejó Jesucristo,   convirtiéndose, a través de la Sagrado Hostia, en el  alimento espiritual de nuestras almas.  Recordemos el momento en el cual se convierte en  nuestro Pan de VIDA.  “Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo,  lo partió y dándoselo a los discípulos dijo:  “Tomad y comed, este es mi cuerpo y tomando  un cáliz y dando gracias, se lo dio diciendo:  Bebed de él todos, que esta es mi sangre de la  alianza, que será derramada por muchos  para remisión de los pecados”. Mateo 2,26-  28.
 A lo largo del año litúrgico hemos vivido  desde los misterios de la vida de Jesús,  a la Trinidad Santísima, que también  hemos celebrado.  Jesús, que es nuestro Mediador y   nuestro Camino, nos ha llevado al encuentro de la Santísima Trinidad, y el Domingo del Corpus Cristi, la Santísima Trinidad, quiere de nuevo conducirnos a Jesús considerado en su Eucaristía. Se cumple aquí la afirmación que Jesús hizo un día: “Nadie viene al Padre sino por mí” Juan 14,6 y también dijo: “Nadie puede venir a mí si mi Padre no le trae” Juan 6,44. 

Es este, el itinerario que tu alma cristiana ha de seguir: De Jesús has de ir al Padre y el Padre te llevará a Jesús. Jesús es nuestro Pontífice, nuestro puente de unión entre Dios y nosotros, entre Dios y tu alma.
La fiesta del Corpus Cristi no es un simple recuerdo del Jueves Santo en el que se  instituye la Eucaristía, sino que es un hecho actual de la presencia siempre viva de Jesús en medio de nosotros. No nos ha dejado huérfanos cuando se ha marchado en el día de la Ascensión al Cielo si no que se ha quedado con nosotros en la integridad de su persona con toda su humanidad y su divinidad.
Si Él nos dijo: “Sin Mí nada podéis”, lo dijo porque conoce profundamente nuestra condición humana. Hemos nacido, con el pecado de egoísmo, de orgullo, de envidia, de soberbia, de codicia, etc. Y Jesucristo se ha quedado en la Eucaristía como divino médico para curarnos de esas enfermedades en la medida en que nos dejemos curar por Él.
Se ha quedado como divino alimento, pues en la subida hacia la montaña de la Perfección no tendrás fuerzas para llegar a la cima si no te alimentas de Jesucristo.
Ese “Tomad y comed” que leemos en el Evangelio, es porque así como la comida es fundamental para la vida humana, pues cuando nos alimentamos de Cristo, Cristo penetra tan profundamente en nosotros que va cristificando todo nuestro ser, nuestra mente para pensar como Cristo piensa, con espíritu de fe y no guiados sólo por la razón o el sentimiento. Va penetrando y cristificando nuestra alma, va cristificando nuestro corazón, va cristificando nuestro cuerpo para que se vaya espiritualizando cada día más. Se me ocurre pensar que podíamos preguntarle a Agustín de Hipona, “Agustín, ¿Cómo alcanzaste la santidad?” Y él nos responderá con toda sencillez: “Alimentándome de Cristo, Pan de Vida”.
Con razón un día sintió que Jesús le decía en el momento de comulgar: “Agustín, no eres tú el que me transformas en ti, sino que soy yo el que poco a poco voy transformándote en Mí”.
Pero, mi querid@ herman@ perdona que distinga entre recibir simplemente la Comunión y Comulgar.
El recibir la Comunión no lleva compromiso alguno: Sacas la lengua, el sacerdote deposita la sagrada forma en ella, y nada más, eso es todo; o pones la mano, si es la costumbre, tomas la forma, te la comes y se acabó, sin más compromiso.
Pero, mi querid@ herman@, comulgar es: entrar en comunión con los íntimos y profundos sentimientos de Cristo en relación con su Padre y en relación con nuestros hermanos. Y esto lleva un compromiso; comulgar es un compromiso; comprometerse con Cristo a vivir según los sentimientos de Él en relación con el Padre, lo que te lleva a una vida de intimidad y de oración seria y profunda y a hacer tuyas las alegrías, las tristezas y las penas de tus hermanos.
Pero me vas a preguntar: ¿Y cómo sé yo si comulgo de verdad o por el contrario, simplemente recibo la Eucaristía? Creo que te lo he dicho alguna vez y te lo voy a repetir: Para saber si de verdad comulgas tienes que sentir cada día más hambre de Dios, más hambre de oración, más hambre de silencio interior, más hambre de soledad y más hambre de darte generosamente en servicio a tus herman@s sin esperar recompensa alguna.
Si esto no lo sientes al cabo de un año, dos o tres que comulgas, indicará, mi querid@ herman@, que no estás tomando Comunión, sino que estás recibiendo simplemente la Eucaristía.
Si le preguntamos también, mi querido herman@, a una Eva Lavalliére, la gran pecadora, o a un Carlos de Foucauld, el gran pecador que lo expulsaron del ejército francés, por su vida mundana;  recuerda cuando se fue a Argelia, que lo mandaron como teniente a Argelia del ejército francés.
Preguntadle a Eva Lavalliére aquella artista de teatro, y a Carlos de Foucauld, ¿cómo han logrado llegar a esa vida de intimidad con Cristo? Y os dirán igual que Agustín de Hipona: “Porque nos alimentamos de su Eucaristía”.
Recuerda el dato concreto de cómo a Carlos de  Foucauld lo mataron precisamente en una noche en la cual él estaba a solas ante la Eucaristía, ante la pequeña custodia que noche y día él tenía expuesta en su pequeña capilla de allá del desierto de Sahara francés.
Mi querid@ herman@: Si quieres de verdad ser sant@, aliméntate de esa santidad que Cristo te va a transmitir a través de una íntima comunión con Él. Pero recuerda: La Comunión no dura sólo un instante, mientras las especies sacramentales permanecen en ti. La Comunión es un compromiso de permanecer a lo largo del día, unida íntimamente con Jesucristo y a través de Jesucristo con tu Padre Dios.
Con mi santo cariño en el Señor os saludo y bendigo.
                          
  
Nota: Querid@s amig@s: Después de leer esta hoja, no la  rompas, ofrécela a tus amig@s y te lo agradecerán. 

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